martes, 24 de enero de 2012

Ridículo

Yo no estoy loco, pero a veces me siento solo cuando pienso con bastante vergüenza -por lo que hicimos con lo que nos dejaron- que es poco el tiempo que nos resta hasta que un kilo de queso sea más caro que un reproductor de música de 4GB. Teniendo la certeza de que un bebé de madre paria cuesta en el mercado negro menos que un traje de Yves Saint Laurent, y que en esa misma tienda un corazón o un pulmón cuesta menos que alquilar un auto con el motor medio tirado; sabiendo que una idea feliz hace rato vale mucho menos que un par de tetas de plástico, que un diploma impreso en láser otorga más mérito que la sabiduría o la capacidad de hacer cosas en el mundo, que unas botas de setecientos pesos consiguen más mujeres que unos versos de Verlaine articulados con gracia portuguesa -bueno, esto es discutible- y que un artista es tan respetado como un mogólico -porque ambos son buenitos y casi no causan daño-; habiendo visto como la indiferencia es la bandera que une a los promotores de la siesta, como la sensibilidad es aborrecida cual malaria sangrienta, sida o paludismo; después de notar que la música tiende hacia la consagración del ritmo abandonando para siempre la armonía y el fraseo, que la literatura huye para ser solo un ensayo de la literatura -donde la vanguardia se dedica a modificar la puntuación o trastocar el punto de vista; después de haber aceptado que las personas que amamos cambien nuestra compañía por la de un televisor o de un blackberry, que la libertad sea un argumento entre los fríos dientes de los nacionalistas; años posteriores a la guerra, a los juegos de los pibes, a las manitos juntas, a la locura hormonal, a la esperanza sobre todos los cambios, nos traen ¿qué? ¿la risa, el espanto?
Cuando en algunas reunioncitas presento argumentos de este estilo, las caras sensatas miran mal o se encapsulan en gracia selvática, como si la vida real me pasara por el costado y fuese yo el que viviese un sueño de idiota melancolía.
¿Pero estos días, no nos encuentran surfeando la cima de lo absurdo? Estos días globales ¿no nos causan aislamiento de ballena?
Ridículo, ridículo, como saber que nuestras palabras sinceras valen menos que un discurso planificado para ocultar o confundir. Ridículo como saber que el pedazo de tierra en el que vamos a ser enterrados será más considerado que nuestros minutos de vida contentos, que nuestra obra y que nuestros hijos juntos. Ridículo como tener la sensación de que cada palabra de protesta aumenta la órbita de la estupidez, reproduce el ejercicio vano, ayuda a la torpeza inédita ¡Ridículo como entender que últimamente cada gesto desesperado es una inyección que inocula con fatalidad de mar salado, silencio, muerte o una escapada al loquero!
Calma, chiquilín: la felicidad se guareció de nuestra era electrónica.

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