miércoles, 25 de enero de 2012

Cinco minutos para un ejercicio casi surrealista

No hay hora para decir cuac ni hora para decir mu, no hay tiempo para pensar despacio!
Me gusta que me rasquen la cabeza, me acaricien la frente, me rocen el pecho con uñas de gato o me sorban el falo con trompa de loba, pero los masajes a la vanidad nunca dejan de caerme pesados. Habiéndome entrenado durante años para el parloteo, el pensamiento crítico, la discusión sensata, el entretenimiento, la destrucción de la academia en mármol, es bueno saber que me rompí la cabeza y al silencio lo tengo educado.
Ahora, tribalmente junto una por una las semillas de lindas flores arábigas locas disconformes que hace años riego con paciencia. Advertencia de un lector ligero: la sensibilidad... la estás pifiando ¡Mierda, cuánto aburrimiento! ¿Todos los años repetir la natividad de las traiciones? Huye la voluntad de las caras de los viejos, esos escenarios los encuentran fieros. Nunca voy a hacer una tesis sobre el encierro.
Modelar palabras, destornillar lenguas, centuplicar el escándalo, cometer todas las infracciones de la vida privada, sabotear la palma de los espacios públicos, sondear con calma y ternura de elefante la última nota acomplejada, prometer madreselvas, cornucopias, a nuestros amigos, nuestras familias en granada. Trabajar por puro ocio, consumir por anti-vicio, copular el amor temprano el amor etéreo, responder jamón serrano, cachetear a un kiosquero o delirar a un psicólogo chato, seducir en media hora a una actriz mediana de súcubo y plumero, mentir para inventar nuevas distancias, realizar artificios de magician para eludir espacio. Chamuyar de noche, de día, mientras dormimos solos, mientras pensamos. Arañar una madera agujereada por la sombra de tu padre, amonedar temperaturas de desnudos comentarios. Saludar a un físico con fórmula de enano. Fabricarse una soga antes del labio, descubrirse un nuevo diente, limpiarse una lagaña para no arruinarse el tercer ojo. Ensayar un fueguito entre los dedos, auscultarle el hedonismo a un vigilador sensato. Esconderse de todo colectivo, ofrecer papel picado.
Ejercitarse por cinco minutos en un surrealismo avejentado.



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