Humano, si un día cualquiera te
sentís caído y tenés los ojos más pesados que dos sacos llenos de piedras
irregulares, es conveniente que te acuestes sobre la cama y fumes lo que tengas
a tu alcance. Si no es un dulce cigarro indonés, un tabaco rústico o unas hojas
de coca, fumá lo que tengas más cerca. Todo sirve para recomponerte ¿La noche
anterior te traicionaron, la vida es un imán que gira lejos lejos tuyo? (Mudá las luces de la habitación
–rompeles el artificio de la costumbre- y escondé los objetos que te recuerden
la otra vida). Agarrá un papel, envolvé con delicadeza la primera sustancia que
encuentres más o menos agradable y en tu cama, buscando la posición más ociosa
para tiempo de resurrecciones, inhalá laureles incendiados hasta conseguir tu
meta: el hartazgo. Tu cuerpo te agradecerá la gentileza rápidamente; tus
ocupaciones pasarán pronto del remordimiento y otras estupideces de archiduque
hacia niveles de gracia tan superficiales como deapocosublimes. Dejá que la
ceniza, de ser necesario, te inunde el cuerpo; no ostentes ningún plan de
limpieza – porque muchas veces eso nos lleva a caminar dejando detrás nuestro algo
así como la misma densidad que las calles ocultas emanan en las noches
locas de Buenos Aires-. De a ratos perseguirás el humo con la boca como pez giratorio buscando el alimento que ya se escapa a lo profundo de este océano pecera. Más
tarde lo vas a dejar trabajar tranquilo por todo el espacio para que sepa inundar
l' ambiente. Siguiendo estos simples pasos vas a comprobar que la mejor manera de
combatir lo que te jode es entregarte al exotismo y olvidar
las tensiones fabricadas con precisión de obseso por nuestras madres y nuestros
profesores, tus antepasados y esas
mujeres histéricas. Poco a poco, el plácido sopor va a estudiarte cada nervio. El vigor va a parecer confuso en su primera etapa: pero existen
sensaciones que se presentan con toda su intensidad en unos pocos segundos y
luego nos abandonan para dejarnos absortos o convencidos –como las apariciones
de fantasmas o las alucinaciones inducidas-.
Ahora estás convencido y listo
para correr desnudo bajo la lluvia o salir a discutir lo insoportable. Podés fabricar un muñeco con basura
–cualquier cosa que hagas un autodidacta la llamará “escultura fiel al arte
supra-moderno, barco insignia de nuevos paradigmas” y tu padre seguramente dirá
con cara de asombro, como lamentándose de que hubieras perdido el tiempo: “no
entiendo”- Existe la opción de escribir algunas palabras en ese sentido, sin
sentido - ¿acaso el estilo pseudo- surrealista te cae bien y te hace sentir
realizado?-. Si elegís lo último no releas: ese viejo vicio de los publicistas
te quitará el impulso, no sin razón. Balbucear palabras como te vengan a la
mente, así, puntiagudas y con algún tono que te inunde la garganta también es
un buen remedio, bálsamo anti-costumbrista. O te la hago corta: no tengás miedo y mandá fruta.
¿O te vas a sumar al escándalo?
Podrías también -ya que,
naturalmente, la posición lo pide- dejarte sucumbir de a poco, a cuentagotas
de otitimetro, ante el caudaloso sueño, rey siempre al borde del knock-out, turbio hacedor de geometrías libidinosas ¿Tengo que mencionar los locos paisajes
que, latiendo, allá te esperan, y que lo ilusorio es el contrapeso de la vida
conciente y a-mítica? En tu gran teatro vas a encontrar como resolvés de la manera
más simple y práctica aquello que te estaba presionando: un problema de deudas se
resuelve con el delirio de una jornada laboral de cartonero –esa profesión, con
todo su pesar, te vitaliza- y caés finalmente sobre un gran recinto burocrático
rodeado por altas columnas de mujeres bañadas en mármol caliente donde por debajo de un
vidrio oscuro –en la ventanilla del fondo- dejás unas monedas y unos papeles y
pronto todo se desvanece; un deseo sexual no realizado por temor al rídiculo hace
ya cuatro días en una reunión de amigos decanta en un acercamiento obsceno a una
perra, animal que al no estar en celo te deja tan excitado y embobado que quisieras
correr bien lejos estampido a la pampa; más tarde eso que habías perdido y que
tanto te clavaba aparecerá sólo cuando una idea se te filtre
por el lavamanos; cerca del final, la pesadilla que te acompaña a la manera de
una sombra ancestral desde tus tiempos de escuela quedará vacía de todo simbolismo
y se tornará tan barroca que la vas a descartar con la pera y con aires de supremacía,
creyendo escarbar la madurez –y es que eso que se representa sin sus
necesarias consecuencias gana siempre en hipocresía a fuerza de perder sustento-;
si tomaste algún alcohol antes del letargo, vas a concebir un manantial inundarte
el cuerpo con chorros transparentes oriundos de bebederos arquetípicos; te
bañaras – Critón insalubre- en un río fundido torpemente entre las arenas de una
ciudad-feria, barrio del Once, pero nunca beberás lo que es carencia: así circulan los sueños. Meditación: ¿Es
conveniente adoptar eso que, ausente, nos obliga a abandonar repentinamente
la calma y a preferir el arte y los misterios, las muecas los contrabandos?
Entonces, ya despierto, vas a emerger del embrujo que te mantuvo agitado, revolviendo las
sábanas babeadas que ya están en el piso, sudando pimienta y technicolor, vagabundeando
por mundos inconsistentes. En una ocasión similar, a mí me tocó ser testigo de tanta escena; por eso canto. Lo que presencié no merece ser sepultado por tu aburrido
Tribunal bajo el frío enigma de lo fantástico. Qué soberbia, vida del realista. Los ojos abiertos, par solitario
de islas de ceniza blanca,
Rostro carcomido por el mortal desgaste
de éxtasis
Simultáneos; Humano,
si es que vivís todavía,
Con la energía que desciende de
tus horas más felices gritarás tierno y terrible:
“¡Sueño, especie de odio por la sabiduría, cachetada a un
viejo ciego y barbudo
que nos aburre con sus máximas!”
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