jueves, 12 de enero de 2012

Mise en abyme

En contra de todos los avisos de conocidos y amigos que me prometieron que enero en Buenos Aires sería un cóctel de pastillas para dormir maliciosamente infecundo decidí pasar todo el mes en la ciudad. Sin trabajo y sin plata, a excepción de una suma ridícula que mi padre sigue ofreciéndome por una compasión que de alguna manera es lógica, pude empezar a escribir una novelita que sé no voy a terminar nunca. El argumento es finito, y trata sobre un hombre que despierta un día antes de ir a trabajar y es recibido en el mismo comedor de su casa por dos enfermeros que pretenden internarlo. -"Pero si no estoy enfermo...de hecho me siento muy bien"- "Usted está loco", le informan. Entonces el protagonista, que vive con una mujer que no es su amante, empieza una serie de artificios para intentar cambiar el diagnóstico que lo tiene con una soga al cuello.
Ese protagonista no es un alter ego del autor, pero lo cierto es que la persona que conozco con más detalle lamentablemente soy yo así que hay influencias que me resultan inevitables. El diagnóstico en vez de mejorar empeora. El propio jefe del protagonista asegura no poder responder sobre la cordura de su empleado y hasta su madre y sus hermanas aseguran que lo mejor sería una internacion temporal. Su compañera de departamento se fuga con una lesbiana y el único sostén del probable loco es un viejo que se hace el erudito pero que en verdad es un farsante. En otro capítulo que sin dudas no va a quedar en la Historia un perito psiquiátrico le hace unos tests completamente ridículos que terminan por hundirlo en el peor de los escenarios. A pesar de esto, la internación se va dilatando y la angustia del paciente va paralelamente creciendo. Lo que parece ser el retorno de una relación amorosa abandonada hacía un tiempo se convierte en un juego de distancias y equilibrios que mezcla el placer con el gusto amargo. El amigo viejo se suicida -con una técnica recomendada en un famoso cuento de Papini- y cuando el protagonista parece caminar ya sobre el mismísimo borde del abismo al costado del cual cualquier hombre común sentiría un vértigo insufrible es, cuándo no, un golpe de suerte el que transforma todo y le da algo de tiempo para revisar su situación: se cruza por casualidad a un amigo suyo que no veía hace algunos meses, hombre de pocas y no muy lúcidas palabras quien resulta estar escribiendo una novelucha porque vive en Buenos Aires, es enero y está desempleado. El argumento -cuenta su amigo- es finito, y trata sobre un hombre que despierta un día antes de ir a trabajar y...







                                                                                      



       

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