miércoles, 18 de enero de 2012

Algunas ideas sobre el cambio en la era informática



Los procesos de transformación en los modos de comunicarse se aceleraron, pero no hacen más que repetir antiguas relaciones.
Los modos de combatir la distribución de información pueden ser eternos; los modos de escabullirse, filtrar, evadir, combatir y compartir, serán también eternos.  La imaginación siempre fue más poderosa que un conjunto de leyes.
 A tener en cuenta: los que tienen el poder de censurar en la web son personas egresadas de universidades o personajes con puestos públicos elevados. Su tarea es restringir con un móvil económico. La excusa de proteger a los autores es en realidad la tentación de querer perpetuar a las productoras y las distruibidoras, es decir, a los intermediarios de bienes culturales, el sector más interesado en ganar rápido esta batalla.
Compartir es un deseo altamente humano y no hay ley que pueda frenar esa felicidad.
Anteriormente la copia o la distribución eran casos penados civilmente, actualmente se quiere hacer pasar como un hecho criminal.
Pueden demandar a un individuo, pueden demandar a una empresa o pueden demandar a una colectivo, pero no van a poder demandar ni frenar el deseo de compartir.
Pueden crear leyes aún más estrictas, pueden modificar los códigos penales, pueden amenazar con cárcel a los que multiplican la cultura, pero no van a lograr anestesiar el cambio.
El copyright nace con la Ilustración y el privilegio que el Estado otorgò a cierto autor de publicar tal obra bajo su nombre y recibir beneficios por ello. El copyright muere cuando las tecnologías permiten copiar gratuitamente un bien cultural para poder reproducirlo o transformarlo libremente. El copyright vive del límite. El anticopyright promueve la proliferación y el cambio.
En la Edad Media algunos libros eran encadenados y guardianes y altos muros los vigilaban.
Los escribas copiaban libros que eran celosamente guardados. Lectores ansiaban las publicaciones como ahora se ansía ver una serie o una película. (Qué publicacies, qué series o qué películas es una discusión que es todavía mucho más delicada.)
Pero hoy, esas cadenas que antes inmovilizaban libros como símobolo de poder, son invisibles: existen en las leyes que certifican derechos de autor y restringen contenidos. El estado legal encubre con apariencia intelectual un hecho altamente violento. El poder está en los bienes cultural y en personas que los manejen bajo nuevas formas de producción, poniendo en jaque el funcionamiento del sistema tal como lo conocíamos hasta hace unos años.
Hacia 1500, tiempito después a la invención de la imprenta, un viajero llegó a París queriendo vender unas trescientas biblias. Los franceses, al no estar enterados de la capacidad de copia exacta y ver que los volúmenes eran iguales, lo acusaron de magia negra. En este sentido, la copia es obra del Mal.

La invención de la videograbadora fue para los magnates de Hollywood un hecho reprensible.
El primer reproductor portátil de mp3 fue recibido con un juicio.
El bien y el mal ya no son la tierra o el cielo; viven plenamente en los dictados de una justicia o una moral.


Internet se creó con la premisa de compartir. Una de las primeras redes importantes en la década del 70 unía a científicos de todo el mundo que, al alojar sus estudios en una plataforma virtual, los compartían con todo aquel que pudiera acceder.
Una película de 100 millones de dólares puede ser copiada hoy por menos de 50 centavos.
Una vez que un archivo fue subido a la red, es muy difícil controlarlo.
La red tiene, en potencia, forma anárquica -no hay una computadora que tenga mayor capacidad de regulación que otra, no hay un usuario que regule los modos de compartir. Estas condiciones son posibles pero no necesarias; actualmente existen jerarquías marcadas.

La radio, los diarios, las películas, la televisión, tienen en su núcleo la condición de un emisor mucho más poderoso que el receptor, porque no hay diálogo posible entre ellos o esa conversación está altamente filtrada. Es un escenario parecido a este: un profesor de voz gruesa y vestimenta respetable, domina su clase con discursos herméticos; es él quien decide el momento en el cual los alumnos -palabra que significa sin luz- hablan o se callan. Pero la condición para que haya una clase es que se haya predeterminado un nivel de importancia en el discurso. Geométricamente esto se puede explicar con la forma del embudo o en términos de instrumentales la forma del megáfono. En internet, el antiguo alumno o consumidor puede ser también productor. Todo humano podría ser un artista, y no un ser pasivo. Ese intercambio no tiene que ser necesariamente un hecho económico.
Compartir es parte del ADN humano; nuestra reproducción depende de un flujo. La supervivencia depende de la ayuda mutua o la felicidad está en los otros.
Este escenario modifica de raíz las técnicas de relación, nos deja al borde de aceptar nuestra capacidad para modificar el mundo y agruparnos en condiciones novedosas. Lo más importante: entre un creador y su público comienza a borronearse la distancia.

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