Si en estos tiempos, en los que
la sombra de la frente de Freud parece ser más extensa y contaminante que la
sombra de los restos de Dios –dolor de los metafísicos, festival de los
polemistas- alguien despertara, pero despertara realmente, desde la punta de
los nervios hasta la apoteosis de las uñas, diría: “La trinidad fue saboteada;
antes era deliciosamente artística y ahora no es más que un juego de espectros,
una línea del tiempo mental representada por las tres fontanas del pensamiento.
Y quién diga: ‘¡Pero si son cuatro¡’, bueno, que recuerde que el purgatorio es
un peaje de la ruta cristiana.” Ese hablador no estaría en lo cierto, pero no
por eso dejaría de ser estúpido y mulato.
Hay un pensamiento que sabotea la energía; hay otro que la
multiplica y conmueve. Si todos los seres participaran de esa obra –en la que
el placer fundamental es contagiar a la materia de un anti-spleen, de un spin
positivamente bello- llegarían los demoledores con su teratología aumentada,
con la nueva óptica y la profecía
augusta: es poco osado repetir que los nuevos cardenales son egresados de sociología. Uno creería que
quisieron estudiar oftalmología, pero ni la logía ni los ojos están de su lado.
La inteligencia extendida actual es el socialismo del
sentido común, en la fase de dictadura del estupitariado;
y hablar durante una cena requiere la cortesía de no excitar demasiado los
nervios ni mencionar temas desde ópticas interesantes. No se puede abusar de la
cortesía de los comensales ocasionándoles una mala digestión con ideas que no
quisieron por motu propio deglutir, seguramente por una falta de sencillez, es
decir, por carecer de refinamiento.
Nuestra era cibernética promueve el turismo fetichista, la
copulación comparada, el interés por falsos ídolos y la recaudación de
impuestos. La vanidad es, de por sí, el motor de nuestros vehículos. Yo no sé
si esto es un argumento ecologista.
Creo en la trasmigración; sé que los inquisidores medievales
fueron más tarde los críticos de arte que mantuvieron en un sótano la primera impresión
de Una Temporada en el Infierno, y
que al obrar con rotunda idiotez aumentaron por demás la grandeza de la
víctima, dejándola para los registros de historia como un mártir de la pulpa
africana; sé que los torturadores de Cristo son hoy policías de la metropolitana;
que Dalí fue sin duda alguna Velásquez; sé que nuestras manos modelaron las
cámaras de gas que torturaron gitanos, negros y judíos; sé que fuimos la doble bala
que mató a Hitler; entiendo que Whitman vivió, al menos tres días, en el cuerpo
de Borges y que nuestra rebelión sudamericana es como el primer paso de un
gigante sin cabeza. (También sé que lo verosímil es el arte de exagerar con
método.)
Pero el altar de San Pedro será reemplazado por nuestras
sintetizadas divinidades post-elípticas. Y la ayahuasca será un tema de rave party
acorde a fiestas infantiles, en las que los padres brindarán con vasos de
plástico a medio llenar por la miserable instrucción de sus hijos. Instrucción soportable
por un futuro altamente diplomado y promisorio.
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