jueves, 5 de enero de 2012

Sobre gustos...

Rápido. Prefiero toda la vida una mujer-tabla a una que se haya hecho implantar por un cirujano respetable dos ridículas montañas importadas del cánon holywoodense buscando convertirse en una muñequita de revista porno-nazi. Prefiero el Domingo a los Marlboro y elijo el vino de Creta antes que un Catena Zapata. Me resulta mucho más estimulante una noche al lado del mar que una gira de fiesta electrónica.
Disfruto más pasear por la calle y escuchar las boludeces que dicen los pibes de los barrios de la perifería que leer una prolija nota de opinión en La Nación o Página 12. Y aunque tengo un amor enorme por la literatura, me rompen soberanamente las pelotas las viejas que se juntan a charlar sobre Borges o Cortázar en la librería Clásica y Moderna mientras entretienen un cafecito o un cortado.
Prefiero a un amigo simple con el que me pueda reír mientras compartimos una cerveza a uno que haya aprobado sesenta materias en la universidad y sea más aburrido que una ceremonia pública donde se debaten, mientras por debajo de la mesa los eruditos teclean sus blackberrys, las variantes de la estupidez. Me gusta más fumar marihuana y escuchar un disco a un volumen peligroso que hacerme el piola parloteando educadamente de psicología jungiana. Elijo por conocimiento de causa a las personas que hablan según lo que van sintiendo y cambian y te sorprenden a esas que tienen un discurso político tan pesado que te llegan a explicar hasta cómo hay que lavarse las patas. Prefiero el chamuyo de giróvago a la cita exacta.
Me excitan las mujeres que saben volar y no las que te dicen con voz de cajera mal cogida: "¡ay, gordo, tenés que ser realista!"
Prefiero viajar tentando a la improvisación que tener estudiado de antemano, con la precisión de un contador suizo, el tiempo dedicado hasta para sonarme los mocos.
Me gusta más el cine mudo que el teatro para sordos. Prefiero pasear por la Calle de las Brujas que convertirme en un hongo disecado del Soho. Creo que especializarse es una forma de embrutecerse diplomáticamente. Me divierto más charlando con un loquito lindo que con un psiquiatra barbudo.

No creo en el hedonismo, en el anarquismo, en el peronismo ni en el arribismo: pienso que antes que hacerle casos a todos esos medicamentos hay que mutar la forma en que nos miramos a los ojos. Creo que la poesía existe solo cuando es irrefrenable y que cuando adquiere forma meditada se convierte en una tonta pieza de museo, acá el ejemplo. Prefiero agotar la vida misma antes que colgar de la pared un diploma que certifique que aprendí a pensar como recomiendan las academias.


Despacio. Me gusta mucho simular que estoy despierto.

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