miércoles, 4 de enero de 2012

Un fin de semana cualquiera

Iban a ser las nueve de la noche del sábado y yo fumaba y fumaba un excelente tabaco rubio mientras oía unos temas de Elvis. Tocaron el timbre. No esperaba a nadie; pregunté por el portero quién era y no contestaron. Tocaron otra vez. Salí afuera: lo primero que hizo ella fue sonreírme. Después dijo en un español un poco ridículo: "Soy Julie." La invité a pasar y tomamos unos tragos con Ron bien cargados. Nos hacíamos preguntas por pura fórmula y pensé que mucho mejor sería escapar de la conversación biográfica y empezar a hacer chistes: a los pocos minutos estábamos los dos fumando en la terraza y riéndonos como amantes consumados. Entre una cosa y otra me contó que había llegado el día anterior desde Francia, que vivía en Montmartre -yo no pude dejar de pensar en Baudelaire- y que era diseñadora gráfica y cantante. Apenas me dijo eso agarré la guitarra: había estado tocando hace unos días un arreglito de "Je ne regrette rien" así que hicimos dúo y nos reímos bastante. Cantaba bien, con una voz dulcificada por los trips de las pastillas -para subir, para bajar, para estar despierta- que consumía: éxtasis, MD y todo el arcoiris de las drogas postmodernas. Me dijo que había estado de gira por Europa y por Estados Unidos y que venía a Buenos Aires por delivisión de amigos y por la movida de los graffitis, arte que "desde siempre" le encantaba. Le ofrecí marihuana y me dijo que no le gustaba. Ya un poco tocados por los alcoholes y los gestos desmedidos, bajamos a cenar. Antes de preparar la comida quiso ir a comprar un vino. Salimos a la calle con una velocidad un tanto exótica, la mina se movía rápido y sabía lo que quería. Yo estaba tranquilo y me sentía cómodo con ella; moviéndome en mi barrio a veces tengo la sensación de ser un campeón sin haber jugado a nada. Hablábamos un inglés salvaje mezclado con su francés aéreo y mi francés cerrado. Compré unos Gitanes y también me hice cargo del vino. Cenamos enfrentados, brindamos en broma a la distancia -Bebamos de las copas...- y le conté un poco de mis últimos viajes mientras sonaba de fondo un disco de Arcade Fire que había bajado hacía poco tiempo.
Me pidió que hable en francés y pensé no sin cierta satisfacción que me lo pedía porque seguramente eso la excitaba. Mientras me hacía el artista y mechaba fracesitas de Rimbaud con algunas citas eruditas del Dupin de Poe ella me escuchaba con una pose seductora. Tenía treinta y un años y yo le dije que veinte. No me creía. Yo tampoco a ella. Estábamos a mano. Sus padres habían sido comunistas durante el Mayo Francés y ella me decía que no estaba segura de cómo hacer para actualizar esa corriente. (Sus padres comunistas y yo antes de saberlo le había preparado un Cuba Libre ). Creía que graffitear por la calle e intervenir las ciudades con delirios, personajes paradigmáticos e imágenes babilónicas era una manera de mantener la conciencia política despierta. Yo la miraba.





Había conseguido un departamento en la zona de Caballito; no sé por qué, pero se me ocurrió que ya lo conocía. Era un monoambiente largo y amueblado con el estilo de cualquier bar que hoy pretende ser moderno y un balconcito con vistas a una calle que desembocaba cien metros más allá en pleno Parque Centenario. Sacó de la bodeguita una botella de vino y me pidió que la abra. Cuando me acerqué para agarrar el vino me rozó el brazo derecho con intenciones indudables. Nos besamos y antes de darnos cuenta nuestro ingles pasó rápido rápido de un elegante "Another glass of wine?" a un prostibulario "Do you like this?" y "Now let's try the doggy style" y "¡Fuck me, please!" así que es claro cómo cerramos la noche. Después de la cosa habitual -como suelen llamar al sexo los infinitos narradores de las Mil y una Noches- me levanté y me purifiqué. Cuando aparecí de nuevo ya se había dormido; antes de apagar la luz tenue que habíamos dejado sobre nuestras cabezas la vi semidesnuda y pensé que así era más seductora que en su desnudez completa. Preparé un café que me resultó verdaderamente voluptuoso, agarré un libro más o menos al azar de la biblioteca -era Galeano, bendita suerte- y me fui al balcón a fumar unas secas de porro: todavía estaba borracho y necesitaba descender unos niveles de intoxicación antes de meterme otra vez entre los médanos blancos, las sábanas y su cuerpo de montonerita francesa. Jolie, pensé, mientras me volvía a desnudar.

Nos despertamos sin quererlo, entre las tres y las cuatro de la tarde. Jugamos en la cama y demostró ser multiorgásmica y tremendamente sensible a las caricias.
Antes de salir me di cuenta que era una de esas mujeres a las que les resulta más facil desnudarse que vestirse: estuvo media hora eligiendo qué ponerse y el resultado final no demostraba que haya hecho un uso del tiempo envidiable. Caminamos por el Parque Rivadavia, la ayudé a que no la estafaran comprando un disco de Gardel para un amigo -bisexual, me lo aclaró varias veces como insinuando que Gardel también jugaba en toda la cancha- y no sé què otra cosa más. Tuvimos que pasar por una farmacia porque tenía la garganta arruinada. Por momentos sentí que me aburría. La señorita paseaba como enamorada y en una actitud romanticona por un barrio que seguramente le parecía encantador y yo no dejaba de pensar en que debería ir a lo de unos amigos a emborracharme y reirme un rato. Pero la vida te va embobando y cuando llegó la noche estábamos otra vez en el departamento. Soy injusto, era entretenida, sabía conversar bien, sabía coger con arte japonés, sabia descansar y todavía soñaba. Pero, qué le vas a hacer mago, yo buscaba otra cosa.
Preparamos una comida ligera, tomamos un vino, tomamos dos y el tercero lo despachamos en la cama. Después se puso un poco en orgullosa y me mostró las cuarenta y cinco bandas que había tenido y en las que ella había sido cantante. No creo que haya que aclarar mucho màs cuando digo que habían tenido cierto éxito y que eran simpáticas. Mucho indie con todo el artificio. Duró casi una hora; sufrí un poco de fiebre. La hice dormir y puse las gimnopedias de Satie y después a Wes Montgomery. Necesitaba tremendamente recordar que existía un universo de sonidos que llamamos música que intenta mezclar la sensibilidad con la inteligencia y no el ruido amable con una idea comercial del destino protofabricada para personajes altamente actualizados. Mucho F5 y te arruinaste el cerebro, mademoiselle ¿Para tanto?
Volvimos a Palermo; ella tenía que encontrarse en el Museo Evita con una francesa que había conocido por facebook. Durante el viaje me dijo que esa semana se iba a hacer una escapada a Uruguay y quería que la acompañara. Le dije que no tenía tiempo. La besé, le deseé suerte en Uruguay y me bajé del colectivo con elegancia -y rápido. Con el aspecto de cualquier duque agotado llegué a mi casa el lunes a las tres de la tarde mientras pensaba con una sonrisita que se me filtraba por los labios: "Bueno, no siempre la cosa va a ser tan fácil...".
Hace unos meses que está de vuelta en Francia. Yo no le hablé nunca más y sé por algunos comentarios que ahora es algo así como una amiga de mi madre - para el nacimiento del bebito faltan unas semanas. Pero sé también que cuando llegue con mis delirios a París voy a tener algo más que un pasaporte falso y algunas páginas mal escritas; me espera un departamento en Montmartre con una bodega llena, un grupo de artistas mitad vagabundos mitad profesionales, y una mujer que se parece mucho a lo que uno puede esperar que le regale cualquier ciudad del Primer Mundo.
A veces pienso que la vida es una película que filmamos nosotros mismos con esta cámara nuestros ojos y no entiendo cuando la leonada dice y repite que el cine francés es lento; a mí se me pasa siempre volando.

"Soy el monsieur..."


                                       

No hay comentarios:

Publicar un comentario